narcisa que no cabía en el espejo desnutrido de nuestras locas. Esos
cuerpos, esos músculos, esos bíceps que llegaban a veces por revistas
extranjeras, eran un Olimpo del Primer Mundo, una clase educativa de
gimnasia, un fisicoculturismo extasiado por su propio reflejo. Una
nueva conquista de la imagen rubia que fue prendiendo en el arribismo
malinche de las locas más viajadas, las regias que copiaron el
modelito en New York y lo transportaron a este fin de mundo. Y junto
al molde de Superman, precisamente en la aséptica envoltura de esa
piel blanca, tan higiénica, tan perfumada por el embrujo capitalista.
Tan diferente al cuero opaco de la geografía local. En ese Apolo, en
su imberbe mármol, venía cobijado el síndrome de inmunodeficiencia,
como si fuera un viajante, un turista que llego a Chile de paso, y el
vino dulce de nuestra sangre lo hizo quedarse.
Pedro Lemebel, LOCO AFÁN
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